Si os ha llamado la atención el titular…no le deis mucha importancia porque no os voy a hablar de ningún “chismorreo” interno. En esta ocasión vengo a contaros algo mucho más interesante, se trata de personas. Esas de carne y hueso que estamos detrás de una dirección comercial, de una atención técnica, de una prospección telefónica, de una gestión administrativa o de este post como esta servidora. Así es, el equipo de Optima salió el viernes pasado de la rutina para juntarse y hacer algo diferente al día a día de la oficina. Cada uno de nosotros nos dimos  cita en una amplia cocina para hacer aquello que sabíamos con grandes dosis de emoción e incertidumbre.

Nos dividieron en dos grupos que competirían. Ganaría el equipo que consiguiese la mayor puntuación con cada uno de los platos: un arroz caldoso, un rissoto, un gazpacho, dos tipos de aperitivos y un tiramisú. Aquello pintaba muy bien y a la vez era todo un reto ya que todos nos conocíamos en el ámbito profesional pero no sabíamos de nuestras habilidades en la cocina. Lo tomamos como un “pique sano” entre compañeros para demostrar si realmente éramos unos cocinillas que sobrevivíamos con el tupper de mamá o realmente el arte culinario corría por nuestras venas.

Nos dividieron por colores (ese gesto que parece tan simple pero te hace rival al instante) con unos delantales que nos sugerían que aquello iba muy en serio. La verdad es que el mayor reto quizá a esas alturas ya no era ganar al compañero si no conseguir elaborar un menú mínimamente decente que pudiésemos disfrutar entre todos al finalizar la  jornada. Entonces se activó el cronómetro y empezaron nuestros vaivenes entre fogones, entre batidoras, entre ingredientes y entre electrodomésticos inteligentes  que ya los hubiera querido yo para mi casa.

Empezó el reparto de tareas, cada uno asumió lo que mejor sabía o podía hacer y sobre todo comenzó el trabajo en equipo. Aquello que sin saberlo es lo que mejor sabíamos hacer en Optima.

Cortar, pelar, triturar, cocer, remover, batir, salpimentar…esos verbos nada cotidianos en nuestra empresa coparon aquella hora y media de batalla campal contrarreloj.

Hablo de batalla ya no por la rivalidad porque la verdad es que la rivalidad se fue desvaneciendo a favor de la diversión. Prisas, risas, vaciles y hasta llantos con la cebolla dibujaron una escena realmente entrañable.

Y como os decía, sin saberlo, el trabajo en equipo ganó la batalla. Acabamos casi a la par, o al menos eso pareció porque cuando uno de los equipos (he de confesaros que era en el que yo estaba) aún no había acabado, el resto de compañeros ofrecieron su ayuda para poder disfrutar todos a la vez del aperitivo.

En ese momento se acabó la competición, se diluyó para sentirnos orgullosos de lo que habíamos cocinado entre todos.

Os aseguró que muchos de nosotros no hubiésemos apostado por un resultado tan estupendo que nos sorprendió a nosotros mismos. Los arroces estaban buenísimos, el gazpacho, los aperitivos…todo nos supo increíble.Sin saberlo, nuevamente, habíamos luchado por alcanzar la meta de la mano. Ese era el objetivo común y sin hablar entre nosotros ni ponernos de acuerdo las situaciones fueron sucediendo naturalmente.

Una persona fundamental en todo esto fue Rosi Nieves de Kitchen Academy que nos ayudó en todo momento con una sonrisa, nos facilitó algunos trucos de cocina y sobre todo hizo que el ambiente fuera distendido y agradable.

Ella decidió darnos un empate técnico, nos dijo que no era lo habitual pero fue un premio a nuestro trabajo en equipo. Ahora no puedo reproducir sus palabras exactas pero nos sonaron a música celestial, sobre todo a nuestro “boss” Xavier Serra , cuando le corroboró que Optima era un equipo cohesionado y que se había notado en esa hora y media.

La intervención de Rosi sobre los valores del trabajo en equipo nos tuvieron enganchados hasta el final y la verdad es que además de salir con el paladar a flor de piel y la barriguita llena nos llevamos una experiencia inolvidable y cierto orgullo de que alguien nos dijera que somos un buen equipo.

 

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